Tarea difícil recomendar un libro que aporte un poco de luz para iniciar el nuevo año. De hecho, muchos lectores veteranos se inclinan más por las relecturas, mientras que a los más jóvenes y a los inquietos les atraen sobre todo las novedades.
Determinarse por un título al comenzar el año tiene, además, su significación. De entre las posibilidades desplegadas para elegir, la escogida dejará su marca en la hoja en blanco del nuevo año y, de manera misteriosa, influirá en el resto de elecciones, siempre entre la fecundidad y la trivialidad.
En todo caso, basta ya de preámbulos y arriesguemos una recomendación que también quiere ser un homenaje. El libro que proponemos para iniciar el año es La pregunta por Dios, del teólogo Olegario González de Cardedal.
Seguramente, al llegar aquí, alguno dejará de leer argumentando que es más de lo mismo. Pero le rogamos que dé una oportunidad al consejo.
La obra sugerida invita a introducirse en el asombro. Nuestro mundo ha perdido en buena medida esta capacidad. Apenas somos capaces de vivir «en» el presente, si bien es condición indispensable para maravillarse. Nosotros y nuestros contemporáneos volcamos nuestra ilusión «en» el futuro, donde se nos promete que, si tenemos un poco de paciencia, nuestros deseos serán cumplidos por la sociedad tecnificada. Sin embargo, esta lógica esconde un cambio sutil en la vida: es más interesante el viaje que el objetivo, el entretanto que el fin. Y quienes habitamos en este siglo XXI terminamos por convertirnos en meros transeúntes entretenidos que son invitados a no gastar sus energías en cada instante: concreto, real, decisivo. Se nos recuerda una y otra vez que ya otros se encargan de todo y que nosotros simplemente hemos de dedicarnos a soñar.
En una sociedad así, la pregunta por Dios es una bomba con temporizador que terminará explotando en algún momento, aunque cualquier incidente puede acelerar la deflagración. La mera presencia de esta pregunta basta para producir en el lector atento una especie de levitación que augura el vuelo. La mente se eleva para contemplar la realidad desde arriba y poder ver el mundo, a los demás y a uno mismo como criaturas precarias y necesitadas, que solo disponen de un tiempo tasado que han de usar del mejor modo posible.
Pero estas criaturas indefensas ante cualquier amenaza atesoran, sin saber muy bien por qué, un anhelo infinito de felicidad plena que únicamente en Dios se colma.
Preguntarse por Dios hoy es vivir atados al presente para que los cantos de sirena que pueblan nuestra travesía no nos lleven a la tierra del olvido completo.
[Imagen de portada del libro La pregunta por Dios, de Olegario González de Cardedal. Fotografía del autor. E ilustración de cubierta del segundo poemario de Daniel Faria, Hombres que son como animales mal situados.]