Tal vez una de las frases más revolucionarias de la historia sea la que pronunció hace dos milenios el Profeta de Galilea: «Yo soy la verdad».
Tan sorprendente afirmación –cuestionada por el representante del Imperio y del divino emperador en aquellas tierras, Poncio Pilato: «¿Y qué es la verdad?»– ha sido la que ha alimentado la vida del teólogo, del pastor y del obispo de Roma, Joseph Ratzinger, tras ser elegido Papa como Benedicto XVI en 2005, y fallecido el pasado 31 de diciembre.
Durante todo su ministerio, Ratzinger ha buscado la verdad sin desfallecer. Y ha tratado de hacerlo con profunda humildad, intentando siempre no faltar a la caridad a las personas concretas.
Esta búsqueda de la verdad se percibe de una forma especial en sus investigaciones teológicas, que le han llevado a tomar dos decisiones como Papa que marcan su legado. La primera de ellas es, sin duda, su esfuerzo ecuménico para avanzar lo más posible en la unidad con las iglesias de la tradición Ortodoxa. Con este fin ha profundizado en la figura del Papa como Obispo de Roma, que en cuanto obispo no busca diferenciarse en nada de los demás obispos de la Cristiandad. Subrayar esta verdad –y creérsela– ha puesto las bases para una adecuada reflexión teológica y ecuménica con los grandes Patriarcados de Oriente. En este sentido, Ratzinger ha impulsado el diálogo desde la verdad compartida con el fin de alcanzar un día la comunión plena.
La segunda decisión, que hay que situar un escalón por debajo de la anterior, ha sido la preparación minuciosa y la ejecución de su renuncia como Papa. No bastaba con renunciar, sino que era necesario hacerlo bien, es decir, explicar teológicamente las consecuencias y sobre todo poner las bases canónicas para que algo, en principio, negativo pudiera vivirse como un momento de gracia para la Iglesia; dicho con otras palabras, que aportara esperanza, expresara un amor desinteresado y testimoniara la fe en el único Dueño y Señor de los destinos de la comunidad que reúne a los seguidores de Jesús: Dios.
En una sociedad cada día más individualista, que busca la fama de cada individuo por encima de los demás, Ratzinger se ha convertido en testimonio de que se puede vivir, y morir, de otro modo más humano, fraterno y discreto. In memoriam.
[Fotografía de Joseph Ratzinger, autor de Introducción al cristianismo, su obra emblemática de 1969, cuando era profesor en Tubinga. Contaba por aquel entonces 42 años. Debajo, sus libros actualmente en nuestro Catálogo.]